Los Soprano… Tony Soprano.


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Hace cuatro años tuve un accidente de moto que me llevó al quirófano y después a una larga convalecencia en casa. Tenía tiempo libre, así es que leí y vi bastantes películas y series. Una de ellas fue The wire, imponente serie sobre un detective que se desarrolla en Baltimore. También vi Generation kill, que va de la guerra de Irak y que impresiona por su realismo. Y vi Los Soprano, que me marcó de por vida.

Los Soprano es una historia de la mafia. No cómo El padrino, que ofrece una versión quizá demasiado cinematográfica. Más bien es una versión híper realista. Los Soprano es una serie sobre una familia americana que vive de la extorsión, la prostitución y el juego. Dominan diferentes áreas tales cómo la recogida de basuras y la gestión de obras. Se quedan con concesiones a cambio de comisiones, controlan negocios imponiendo el miedo y se reparten la ciudad (Nueva Jersey) en territorios conquistados en guerras con otras familias. Tienen en nómina a políticos, policías, jueces, funcionarios. Roban, asesinan, amenazan. No hay sorpresas ni falsas apariencias. Los Soprano y las familias rivales son un atajo de criminales.

Sin embargo, delante de esa realidad sórdida y cruel, está el día a día. Y el día a día es de lo más normal. El protagonista, Tony Soprano, está casado con Carmela y tiene dos hijos, Anthony y Meadow. Trabaja con la familia, su tío, su sobrino. Es el jefe del clan Soprano. Su oficina es un club de alterne, el Bada Bing! También pasa largos ratos en, digamos, su segunda oficina, Satriale´s, una charcutería que sólo recordarla se me hace la boca agua. Tony lleva vida de rico. Es una doble vida, evidentemente. Por un lado, su relación familiar de patriarca. Por otro, la de jefe de un clan mafioso. Desde fuera, Tony es un gordo follador egoísta y vividor. Tiene paranoias de crío maltratado que le han trastocado ligeramente su percepción del afecto y el cariño. Va a una psicóloga madura y atractiva, la doctora Melfi, al final casi tan protagonista de la serie como él. Unos patos abandonan su piscina para pasar el invierno en lugares más cálidos y Tony se deprime. La serie empieza ahí, con Tony en la consulta de la doctora Melfi. Nadie puede imaginar lo que va a suceder durante los siguientes 86 episodios.

Y lo que pasa es que uno se mete de lleno en la vida de la familia Soprano. En poco tiempo conoce a los hijos, a la mujer, a los suegros, a la psicóloga, a los capitanes mafiosos, a los soldados mafiosos, a los rivales mafiosos, a los policías corruptos, a los honrados, a los del FBI que le persiguen. Hay veces en que uno se recrea en la vida de estos hombres y mujeres. Disfruta con los guisos italianos de Carmela, con las estupideces de Anthony, el hijo, con la pubertad de Meadow, uno se ríe de las ocurrencias del sobrino Christopher, se sorprende con el estilo de Silvio, con las manías de Paulie. Y cuando más relajado está, viendo como viven comiendo, bebiendo y trasnochando la realidad o híper realidad te golpea como un puñetazo en la cara. David Chase, el genio creador de esta serie, recuerda al espectador que está viendo una historia cruda y realista, un relato fidedigno de cómo funciona el hampa, de cómo se compran políticos, de cómo se corrompe a la administración, de cómo se mata, cómo se roba, cómo se extorsiona, cómo se pega y se maltrata, cómo se trafica con droga. Es posible ver en acción a los malos, sentir el terror de quien los sufre y estremecerse con las escenas de puro cine negro.

Desde el punto de vista creativo es una joya. Pocas veces es posible disfrutar de un guión y de unos personajes tan sublimemente descritos. Uno se hace rápido fan de Tony Soprano. Ese gordo entrañable y cruel. El contraste que hay en su persona encandila. Es el auténtico padrino. La música, la fotografía, el montaje de la serie no se diferencia del que puede verse en el mejor cine. A veces uno tiene esperanzas en que el mundo no sea tan malo cuando descubre empresas como HBO, plagadas de gente que piensa, más que en cualquier otra cosa, en hacer las cosas bien. Muy descriptivas de todo esto son las escenas en las que Tony pasa consulta con la psicóloga. El ambiente que se vive ahí es perfecto. Hay silencios esclarecedores, confesiones inconfesables, situaciones embarazosas. Son momentos geniales tanto desde el punto de vista cinematográfico cómo literario.

En todos ellos la figura del actor James Gandolfini es vital. Por muchos papeles que ese hombre hubiera hecho en su vida nunca hubiera sido capaz de quitarse a Tony Soprano de encima. Ni creo que quisiera. Esa sonrisa cínica, esa mirada ambigua, esos ataques de ira, esa entera corrupción. En los capítulos finales vimos al Tony más cercano, al padre más implicado. Meadow se emancipa y Anthony muestra más que nunca lo inútil que es. Vemos a Tony cerca de Carmela, que acepta al fin todas esas traiciones. Los espectadores nos quedamos con ese Soprano que saca lo mejor de si mismo. Siempre le hemos visto con un punto de hombre justo aún siendo un criminal. Siempre nos ha apetecido durante la serie que diera lo suyo a aquellos que se pasaban de la raya. Esa justicia del Talión que tan popular es. Por eso al final, cuando espera a su familia en el restaurante, todos éramos un poco ese Tony Soprano, atroz y despiadado, entregado a la causa. A muchos no gustó el final de la serie, quizá un poco simple para tan grandiosa producción. A mi sí me gustó. A veces me siento un poco Tony Soprano en mi día a día. Noto la tremenda responsabilidad de buscar el sustento a diario. De lidiar con inútiles, corruptos, incompetentes. Noto la necesidad de ser un león que defiende a su manada a cualquier precio. Noto como en las circunstancias adecuadas sería capaz de cualquier cosa por mi manada. Veo a Tony mirar hacia la puerta a la espera de su hija y reconozco quizá a un actor que no está actuando, que se tranquiliza con la imagen de ella, la ve a salvo, sonríe.

A veces uno siente la muerte de seres que nunca ha conocido. Mi admiración para James Gandolfini (para siempre Tony Soprano)

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