¡Suerte, Madrid!


Para estos casos mejor ser poeta, tipo Sabina, y poder empezar diciendo aquello de «Allá donde se cruzan los caminos…»

Como un luchador desesperado, como una madre en la encrucijada, como un viajante perdido, Madrid, por no decir toda España, espera buenas noticias.

Buscarse la vida, pelear por ella porque ves que la pierdes, agarrarse al último clavo, aunque esté ardiendo.

Vivir en un lugar donde nadie es extranjero ni extraño, «donde el deseo viaja en ascensores y las niñas ya no quieren ser princesas».

La luz en Madrid es dura y blanca. Hay que esperar a la tarde para poder retratarla. Como una gran paradoja, la mayor parte del tiempo los colores no existen, o apenas.

Hace unos años que soporta incesantes protestas, interminables atascos, y desde siempre ha sido objeto de deseo de indeseables o asesinos.

Los madrileños apenas existimos. Se nos ve más fuera, en la playa del Mediterráneo, que por las calles atestadas de coches.

Estos días siento pena por la necesidad tan grande y evidente que Madrid tiene de ser olímpica. Como capital se presenta ante España como una ciudad fuerte e imponente. Pero en lo profundo es una ciudad herida. Una madrastra acomplejada y atada que esconde detrás del orgullo sus peores miserias.

Aquí «los pájaros visitan al psiquiatra y las estrellas se olvidan de salir».

Todo pasa antes en Madrid, no una hora, como en Canarias, sino a veces muchos años.

Madrid es más sus alrededores que su centro, porque nadie sabe quien vive en el centro. Decenas de miles de madrileños entran y salen desde Móstoles, Alcorcón, Getafe, todas las mañanas, todas las tardes, todos los días.

La visión de la gran ciudad parece estar más clara para los que no nacieron aquí. Velázquez la inundó con su barroco. Antonio López la mantiene viva con su híperrealismo. Es «donde siempre regresa el fugitivo».

Madrid es plana, es montañosa, es seca, es húmeda, es un horno, es una nevera, tiene grandes autopistas y carreteras estrechas de montaña que discurren por bosques centenarios. En Madrid llueve, nieva, hay niebla y, con todo, la calle es la mejor amiga del madrileño.

Cualquiera puede ser de Madrid.

La veo tan grande, tan hostil, tan vieja, tan generosa. El otro día fui a hacer una foto de la Puerta de Alcalá para poder ponerla en todos mis sitios de Internet y desearle suerte. Tuve la sensación de estar haciendo una foto de alguien de la familia, de alguien con mi sangre. Me invadió un halo de tristeza y de congoja por ver como un «ser» querido se la va a jugar en una partida importante y por no poder hacer algo más que ofrecer mi ánimo. Quise hacer la foto en el peor momento de luz, cuando es más dura y más plana para dar así la idea de como es siempre, como la vemos los que transitamos a diario por ella sin adornos, si atardeceres, sin el alba como aliada.

Desde aquí, con mis mejores palabras e imágenes deseo que a Madrid, como me ha ocurrido a mi,  éste año le llegue una buena noticia y un gran triunfo, que será el de todos.

MADRID

¡SUERTE, MADRID!

Aparecen entrecomilladas partes de la canción de Sabina «Pongamos que hablo de Madrid».

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