Red Bull Give me Five Fan´s day.


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Cuando este mes de agosto vi que se abría la inscripción para el Red Bull Give me Five Fan´s day me apunté inmediatamente. El tope eran 200 pilotos y pensé que había que darse prisa porque un evento así quizá llenaría ese cupo en poco tiempo. En principio no tenía mucha idea de en que consistía eso del Fan´s day, pero me daba igual. A grandes rasgos averigüé después que consistía en rodar en un circuito de ensueño, como los que se ven en Estados Unidos, apto para que varios de los mejores pilotos del mundo compitieran, diseñado y construido por un francés que diseña y construye los circuitos del Campeonato del Mundo de MX. Vi en el año 2009 un SX en el Palacio de los Deportes en el que participaron Musquin y Josh Hill, entre otros. Aquello, al lado de lo que se estaba preparando en Valdemorillo, iba a ser una medio broma. Ver a Dungey, Roczen, Cairoli, Musquin en directo en un súper circuito creaba en mi unas expectativas altísimas.

Una semana antes del Give me Five se corría en Torres de la Alameda una carrera del Campeonato de Madrid de MX. Yo tenía ganas de correr allí, si bien la carrera peligró hasta el último momento por falta de agua. La suerte se alió finalmente con los organizadores en forma de lluvia nocturna, que dejó el circuito de Macotera en un estado insuperable. En carrera circulaba yo tercero en la general y primero en mi categoría tras Medem y Javi Fernández. Quedaban apenas dos vueltas cuando en el pincho del fondo del circuito, tras saltar arriba en la cresta, me encontré con un piloto que de la forma más inconsciente que yo pueda imaginar se incorporaba a la pista después de haber parado sabe dios para qué. El inútil del bandera debía estar mirando a Murcia o pensando en el bocadillo del premio por estar allí sujetando un trapo con un palo y no señalizó tamaña irresponsabilidad. Yo, que iba rodando a placer, viendo por el rabillo del ojo al grupo que me perseguía a unos cuatro segundos y que lideraba Galán #22, salté en el pincho y nada más despegar me encontré con ese piloto fantasma al que golpeé con los bajos de la moto en la espalda. Lo demás me lo han contado, porque no recuperé la consciencia completa hasta estar ya en el hospital circulando de un lado para otro en una camilla, pasando pruebas y siendo observado. Fue una contrariedad doble o triple, porque quedé temporalmente tullido por el tremendo golpe en la espalda y el costado (apenas podía andar). Sufrí para acudir al trabajo y sufrí para todo, claro está. Perdí una carrera que tenía ganada y se me jodió la fiesta del domingo próximo, el domingo del Fan´s day. La verdad es que afición no nos falta a los pilotos aficionados del MX, corremos muchas veces en circuitos en mal estado, arriesgamos el pellejo confiando en unos banderas que no llegan ni a la categoría de aficionados y los organizadores lo organizan todo como a ellos más les conviene, que no es siempre lo que más nos conviene a los que pagamos y competimos. En fin.

Había que hacer todo lo posible por llegar mínimamente sano al domingo, no quedaba otra. Javier Guerra se aplicó a fondo conmigo en su clínica y logró que a viernes ya pudiera yo andar bastante correctamente y sin dolores fuertes. El sábado madrugamos y nos presentamos de los primeros en el recinto para ver a varios de los mejores del mundo competir. Un sueño para mi.

Empezaremos por lo malo. Dos restaurantes-kiosko para casi 9.000 personas fueron insuficientes y los «speakers» lo hicieron fatal, en especial un tal Paco Avecilla, cuyos comentarios y pronunciación de los nombres de los pilotos resultaban vergonzosos. Obviamente, no haber podido comer un buen bocata o dos con su Coca-Cola pertinente  y tener que escuchar a un par de ignorantes comentar las carreras no me ensombreció lo más mínimo el magnifico espectáculo que fue el Red Bull Give me Five. Ver a los súper buenos, que son los que ganan a los buenos, me pareció un pasada. Admiraba cada gesto y cada segundo que pasaban encima de la moto. Cairoli me encandila especialmente. Elegante, técnico, fino. Apura de pie en la moto al máximo, curvea erguido y sólo se sienta cuando tiene que abrir el gatillo a fondo. Es el Federer del MX. Dungey, con un estilo menos ortodoxo, va sentado mucho más tiempo. Es rápido y da gas como ninguno sacando tracción de donde nadie más que él la ve, pero no da tanto gusto verle montar. Admiré también a Musquin, que me encanta. Probablemente si le vieras rodar solo te parecería que va despacio, pero personalmente le vi allí en Valdemorillo pasar a Butrón (subcampeón del mundo y motivado como nadie) como si fuera un aficionado. A Rozcen se le veía la pose de medio gamberro, pinchando a sus compis antes de ir hacia la valla de salida, sonriendo a todo el mundo y accediendo a los deseos de todos los aficionados que se le acercaban. Luego, en la pista, tiene el don de los más grandes, y es el de la velocidad. Es un piloto muy rápido y muy eficaz que lo basa todo en un técnica muy depurada y ortodoxa. Yo creo que si no es por el pequeño fallo que cometió en la final hubiera ganado la carrera, y sólo tiene 19 años.

Las finales eran por la tarde y  tuvimos un intervalo de dos horas largas de tedio. Yo no podía hacer mucho más que sentarme en el coche pues mi cadera ya se resentía. Así es que esperamos al plato fuerte de la tarde notando especialmente lo escaso de los servicios de restauración.

La semi finales fueron poco disputadas porque los cuatro magníficos se clasificaron sin problemas. Tan sólo hubo un pique que dio algo más que espectáculo y fue el que entablaron Butrón y Teillet. Butrón iba delante pero Teillet era más rápido. Dieron un par de vueltas intensas y cuando el francés atacó para adelantar chocaron y acabaron los dos en el suelo fuera de carrera. El otro francés, Dylan Ferrandis, fue el beneficiado metiéndose en la final junto a los cuatro grandes.

Un circuito parece transformarse cuando los pilotos que ruedan en él se llaman Cairoli, Rozcen o Dungey. La larga recta de olas es de lo más atractivo con estos tíos. Pasan por allí como volando, parece que no tocan el suelo. La salida fue para Roczen, que lideraba la prueba al llegar al salto en curva de final de recta. Fue increíble ver a los cinco pilotos en el aire a la vez en ese salto. Iban muy juntos y fue un milagro que cuando Roczen cayó antes de la gran pirámide, en el último tercio del trazado, no cayera alguno más con él. El fallo le relegó a la última posición, lugar que no pudo abandonar en toda la carrera. Delante se quedó liderando Musquin, después Dungey y en tercer lugar Cairoli. Faltando dos vueltas de las cinco Dungey pasó a ser primero con un interior antes del «camel». Cairoli acosó sin descanso a Musquin durante esa misma vuelta y logró pasarle justo antes de la recta de las olas. Ahí pudimos ver al mejor Cairoli, que afinando al máximo y tirando todo lo que pudo se acercó a Dungey cuando quedaba sólo una vuelta. Verlo trazar la primera curva del circuito por fuera, casi rompiendo el peralte colmó todas las expectativas que tenía yo puestas en esa carrera y en ese día. No obstante, Dungey es de los muy buenos y aguantó fenomenalmente la presión de Cairoli que al final fue segundo. No esperé a la entrega de premios ni a celebración alguna porque estaba ya muy cansado y dolorido.

Camino de casa hacía yo un resumen de lo que había visto y, sobre todo, intentaba sacar conclusiones sobre el circuito. Los que parece que saben o dicen que saben o tienen fama de saber siempre dicen que los circuitos hechos para los pilotos como los que acababa de ver son circuitos poco menos que imposibles para nosotros. Que los saltos no hay quien los haga y que, por tanto, son muy peligrosos. Yo siempre he recelado de esa afirmación. Después de rodar en todos los circuitos de Madrid y de coger algo de experiencia había llegado a la conclusión de que lo único que importaba era que los circuitos estuvieran bien hechos. Que las rampas fueran correctas, las distancias bien calculadas, las curvas con buen trazado, el terreno bien tratado. Si todo ello estaba en orden, pensaba yo, el peligro sólo reside en el nivel de pilotaje de cada uno. Por eso, rodar al día siguiente en ese espectacular trazado era para mi más un experimento que un día de gozo.

Llegué un poco más tarde de las diez y me vestí a toda prisa notando cierto dolor en la zona lumbar y un miedo inusual a sufrir otro percance. Me había inscrito en el grupo de expertos y acababan de abrir nuestro turno para montar. Corrí hacia la puerta del circuito y me incorporé a la pista con toda la decisión. Menos los últimos metros del trazado había podido ver todo el circuito  el día anterior. Tras las dos primeras curvas llegué a la primera meseta con múltiples escalones en la recepción. Después los pequeños dobles en ascenso que culminan en un pincho y en un escalón para una curva a derechas amplia y de plena aceleración. La siguiente curva a izquierdas daba lugar al enorme «camel» que me acojonó bastante más por la tremenda inclinación de la recepción que por la distancia. La curva lenta que había tras él tampoco ayudaba. Después de eso se llega a una zona rápida que desemboca en una curva a izquierdas y en otro salto con varias recepciones posibles. Seguido, el lugar donde Roczen erró y cayó, una curva con muy poca tracción que da lugar a la pirámide. En la última parte del circuito se llega a una curva a izquierdas que tiene un doble pequeño y precioso para curva a derechas con desnivel y, de nuevo, curva a izquierdas apoyándote en el peralte. Esa zona no se veía desde la grada de pilotos, donde vi la carrera el día anterior, por lo que la sucesión de dobles que me encontré me sorprendió. Tras ellos, una ligera y rápida curva a derechas y el acceso tras curva a izquierdas a las espectaculares olas. Primero hay un doble que no es fácil de hacer, pero que si te quedas corto no pasa nada. De hecho, todos los pilotos de 85 cm3 se quedaban cortos el día anterior. Después de eso se extiende un mar de olas todas iguales y que ocupan una recta entera. En la primera vuelta las pasé suavemente, como no podía ser de otra manera, después de eso llegaba el salto de meta, que es en curva y que lanza mucho hacia arriba.

Ya en la segunda vuelta comencé a correr un poco más. Mi cuerpo respondía correctamente, seguía sintiendo algo de ansiedad, pero mucha menos después de comprobar que el circuito era realmente una maravilla. Tracé por fuera la primera curva en tercera y salí hacia el peralte para saltar en la meseta. Tiré más largo para caer en otra recepción más lejana. Comprobé que es un salto donde no hace falta ser preciso en la recepción. Si la moto cae en rampa, bien, pero si no lo hace y cae en una de las mesetas, como está en un nivel inferior y después hay una rampa hacia abajo, también bien. Los pequeños dobles siguientes llevan al pincho contra el que es conveniente chocar para que la moto llegue bien a la recepción de más abajo. La curva siguiente es delicada y conviene ser decidido al tumbar, pues si no es fácil salirse fuera o tardar mucho en acelerar. Lo del «camel» es otro cantar. Hice la primera manga de media hora sin tirarlo, no me atreví. La rampa es un muro y la loma de recepción está lejísimos. Luego, esa recepción es otro muro cuesta abajo, y la curva parece echarse encima. Impresiona mucho. Las siguientes zonas son muy bonitas, con las curva enlazadas y los saltos inéditos en lo que hasta ahora yo conocía. Sobre todo el salto de antes de la pirámide, que también tiene múltiples recepciones y que si se curvea por fuera resulta adecuado caer en la meseta, como si de una zona de ritmo, como lo llaman los americanos, se tratara.   Los dobles de abajo son para mi, que soy mortal, y me consta que para casi el cien por cien de los pilotos que allí rodaban, entre los que se encontraba Lozano #2 (subcampeón de España), primero un simple para luego doble, doble. Tras eso llega lo realmente atractivo. Empecé por no preocuparme mucho del primer doble de meta, me quedé corto pero cambié a cuarta, eché el cuerpo atrás y aceleré con ganas para navegar por la olas. Aluciné pero bien. Pum, pum, pum, pum, pum, pum, olas y olas con la moto a buena velocidad y trabajando de suspensiones de lo lindo. Me concentro porque llega el salto de meta y acelero para hacerlo, me quedo un poco corto y al caer la moto me escupe y me hace perder los pies de los estribos. No worries man, pienso. En la segunda vuelta se me llena el culo de preguntas con el «camel», sigo sin intentarlo, cojo una trazada que mantendría ya todo la mañana en las curvas siguientes, me centro en los dobles de abajo y enfilo las olas. Esta vez llego mucho más lejos en el primer doble y voy más rápido en las olas. Alcanzo el doble de meta y lo tiro para quedarme largo. Aterrizo perfecto después de notar como la moto se pone de lado en el aire si que prácticamente yo haga nada. Doy dos vueltas más y pienso en parar porque noto algo de estrés. Sin embargo, me digo que nunca en mi vida he rodado en un circuito tan seguro y que pararía cuando acabara el turno.

En la furgoneta, mientras descanso, veo a Parra #179 y charlo con él. Le pregunto por el «camel» y me dice que igual que el salto de meta hay que medirlo pasándose, ese hay que medirlo quedándose corto para luego acertar bien. Cuando me toca salir tengo en la cabeza hacer ese salto e irme con la idea que me gusta irme siempre de todos los circuitos: «lo he hecho todo». En la primera vuelta me lanzo más que en todas las de la primera manga y llego a la loma, corto pero seguro. Caigo por la rampa y no noto gran dificultad para frenar y curvear. En la segunda vuelta doy un poco más de gas y llego un metro más lejos. La cosa sigue siendo segura, aunque hay tope de suspensiones. En la tercera más gas y alcanzo la recepción. Me atropello y calo la moto en la curva, nervioso. Arranco y paso dos vueltas acertando bien y trazando la curva de abajo por fuera. Después dos vueltas más sin poder hacer el salto por tráfico. Eso me jodió bastante porque si algo hay importante en el deporte es el ritmo, si pierdes el ritmo equivale o puede equivaler a desconcentrarte: igual a posible catástrofe. Así, llegué de nuevo sin tráfico al salto y de nuevo sentí algo de miedo (malo), tomé la curva sin mucha convicción y decidí, en el último momento, aflojar y no saltar. Me faltaba, sin duda, esa pizca de valentía para volver a lanzarme. Recordaba el grave percance de Torres y me acordaba de mi amigo y socio Óscar. Mi «trabajo» en Valdemorillo ya estaba hecho y ni yo ni mi amigo ni nadie de mi entorno se merecía que un error pudiera perjudicarles indirectamente. Sin darme cuenta había rodado ya casi media hora y también sin darme cuenta empezaba a sentir un dolor punzante en el pecho. Así es que un poquito antes de la hora paré y llevé la moto hacia la furgoneta para cargar e irme. Sentí una gran satisfacción por haber podido montar ese día. Notaba y percibía que había cumplido un sueño, que debía sentirme orgulloso de mi mismo y también notaba que había aprendido muchísimo esa mañana. Me encontraba, me encuentro, en el estadio que quiero y me gusta encontrarme: puedo hablar desde la experiencia y estoy en condiciones de afirmar por enésima vez que lo más importante del mundo es la técnica, el conocimiento y el saber. Sólo conozco a una persona capaz de hacer (y ya lo hace) un circuito con el tacto y el ritmo que tiene el de Valdemorillo. Se llama Adoración, Dori para todos, y su circuito es Sonseca. El trazado, los saltos, el tacto del circuito, su ritmo, su preparación nada tiene que envidiar a Valdemorillo. Dori es mi ídolo como diseñador y preparador de circuitos, ahora puedo afirmarlo más que nunca.

Conclusión:

Una cita que lo resume todo: «No hay nada más atrevido que la ignorancia». Probablemente si Roger de Coster viese algún circuito madrileño no digo que prohibiría a sus pupilos rodar en él, pero sí afirmo que les pediría algo más que precaución pues ninguno alcanza, ni de lejos, los márgenes de seguridad y calidad que tiene Valdemorillo. Tomemos pues éste impresionante trazado como ejemplo de lo que es «lo mejor», de lo que usan los buenos y los súper buenos para entrenar y para competir. Si alguien quiere sentir algo parecido a lo que se siente rodando en el nuevo Valdemorillo sólo puedo recomendarles una opción: Sonseca.

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