Vacaciones.


Fuerteventura

Fuerteventura es una isla con aspecto de desierto. Da la sensación de que en lugar de haber salido del fondo marino merced a la acción de sus volcanes alguien la hubiera arrancado de la costa africana, del Sahara. Sobre ella bate constantemente un viento norte o noroeste más o menos fuerte. Hace diez años que la conozco, cuando fui por primera vez, y hace ahora, precisamente, diez años que no iba.

Un verano tranquilo, a diferencia de otros años, permite que las cosas se vean de otra manera. Probablemente de la manera que de verdad hay que verlas. Por eso, la vista del mar y de la costa desde el avión a pocos minutos de llegar resultó, si cabe, más agradable de lo previsto. No hace mucho calor en la isla, donde como máximo hay unos 28 ó 29 grados. Salir a la calle desde la terminal del aeropuerto no supone una bofetada de aire caliente ni una sensación desagradable de bochorno. Al contrario. Se huele la brisa marina, se nota el sol pero no se sufre.

Huyo de los hoteles de guiris como de la peste. Los odio, sin más. Estuvimos quince días en una villa (o chalet adosado). Todo perfecto. Las noches frescas, la piscina solitaria, las tardes tranquilas. Comprar la comida es más sano que atiborrarse en un buffet de hotel, y más divertido. Comprobé lo cómodo que resulta comprar para el día o, como mucho, para dos o tres días. Lo de la nevera está siempre fresco, no hay que elegir, entre otras cosas porque no hay para elegir.

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No hay horarios ni plazos para hacer las cosas. Desayunas cuando quieres, comes cuando te da la gana. La lectura es más placentera y los planes más fáciles. Mirábamos el mapa y las condiciones climáticas huyendo del fuerte viento. Decidimos, como siempre, recorrerlo todo, verlo todo, no parar. El primer día exploramos los alrededores de la casa. Vimos que estábamos en la mejor zona de la isla, Corralejo. Las playas son de película. Yo no podía parar de hacer fotos. El amarillo, el verde, el azul combinados daban idea de ser el espejo del paraíso. Poca gente y una temperatura perfecta. El agua cristalina y tiempo para perderse en el paisaje y en la historia que estaba yo leyendo. Un contraste realmente curioso adentrarse en la aventura de un médico que ha encontrado al asesino de su padre después de casi 30 años y por casualidad. París, con su frío y su lluvia, y yo tumbado en una hamaca de Corralejo. Los parones en la lectura me devolvían a los sonidos de una playa semi desierta. La vista de las cometas y las voces de mis hijas junto con algún comentario en otro idioma. El viento, no muy fuerte, haciendo juego con el sonido de las olas transparentes. No había leído nada de Alan Folsom, y ha valido la pena empezar con «Cero absoluto», que es así como se titulaba la novela. Es larga y enrevesada, pero bastante coherente y en la línea de las mejores historias sobre nazis que he leído. Muy recomendable.

De vez en cuando cerraba el iPad y me iba a mojar en ese agua tan atrayente. Entrar en las playas de Fuerteventura se parece a bañarse en un río, donde hay corriente constante, el agua parece tener más vida que en ningún sitio y el frescor se percibe como un alivio y un regalo.

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Exploramos al día siguiente mi playa favorita, la de El Cotillo. Uno piensa que paisajes así son propios de lugares remotos con nombres de paraíso. Pero no, en la zona noroeste de Fuerteventura hay una playa kilométrica que vista desde el acantilado del pueblo da sentido al adjetivo cristalino. Se ven la rocas en el fondo, la arena de mil colores anaranjados, los bañistas sortear la grandes olas. Fue un marco incomparable para retratar a mis hijas y a mi mujer. Otro día volvimos por la zona y decidimos explorar un poco al norte, para ver una playas que llaman Los Lagos. Nos encontramos con los mismo colores, aumentando un poco el verde y quitando algo de naranja, y con unas aguas lisas y tranquilas. Si tuviera que escribir un cuento para niños y el escenario fuera un playa esa sería la playa del cuento. Pasamos allí un día entero, comimos al abrigo de una de esas construcciones playeras que tan hábilmente te resguardan del viento, hicimos un poco de buceo y disfrutamos de un sol espléndido, siempre tamizado por unas nubes finas y lejanas que los meteorólogos llaman cirros y que hacen de sombrilla natural.

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Después de un día de sol, con los rayos ultravioleta abrasando la piel, pasamos una tarde noche tranquila revisando fotos y dormitando. Yo cada día descargaba las fotos de la tarjeta de memoria y las retocaba. Después las mostraba a mi mujer y mis hijas que siempre se quejaban de que había hecho pocas. En realidad, durante los quince días habré hecho más de 3.000, pero claro, la selección las ha dejado en menos de 300, una media de unas 20 al día, que se hacía poca cosa para tanta belleza y que han venido a llenar un libro impreso en Blurb, del que estoy muy orgulloso, y del que he ido dejando muestras en Facebook vía Flickr y hoy aquí en mi blog.

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El sur de la isla es algo insólito más que bello. Los nombres de los lugares evocan sitios desconocidos por lo raros, y así la zona más salvaje no ya de Fuerteventura, sino probablemente de Europa se llama Cofete, en el municipio de Pájara. La playa es brutal y el paisaje da sensación de fin del mundo, o de principio. Se llega por unos caminos, que discurren entre rocas volcánicas muy afiladas. Se sube hacia una cumbre que alberga un mirador. El día que fuimos por allí el viento en esa altura era tremendo. Las nubes, en la distancia, se juntaban con el suelo, o eso parecía. El mar inmenso, la arena de la playa interminable. El negro de la ladera, el gris de la llanura, el naranja de la playa y los mil azules de una océano batiente y salvaje. Abajo, en la playa, la corriente y las olas hacen imposible el baño. La espuma llega con un poder de titán. Las olas rompen a cientos de metros de la playa y cuando te alcanzan son todo espuma y corriente. Todo es inhóspito, cuando menos.

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Terminé la lectura de «Cero absoluto» durante la primera semana y decidí cambiar un poco en la siguiente. Esto del iPad es un invento increíble que, entre otras cosas, permite llevar encima una cantidad de libros ridícula. Yo llevo unos 300. De entre ellos elegí a Jerónimo Tristante, autor de novela negra, muy bueno por cierto. Empecé «El misterio de la casa Aranda». Los ratos de las tardes después del sol, con la piel algo chamuscada pero fresca por las cremas, un zumo en un vaso bien grande y bastante silencio dan para mucho. Cribaba cien o doscientas fotos que dejaba en veinte o treinta válidas y después leía un rato. Ver el teléfono tranquilo tampoco era moco de pavo.

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En Ajuy entramos en una cueva de piratas. Allí dejaban o escondían sus tesoros. También comí un pez feísimo, pero sabroso. La camarera me lo advirtió, es feo pero muy rico. Lo habían pescado por la mañana y me sentó fenomenal. No soy muy de pescado, pero debo reconocer que la digestión es mucho menos pesada que la de la carne. La luces de la tarde y el batir del mar ya no me impresionaban como al principio, uno se acostumbra a ver siempre un mar limpio y una arena de mil colores. Somos así. Por eso, creímos que era el momento de ir a Lanzarote, a poco más de 40 minutos en barco.

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Lanzarote es bien diferente a Fuerteventura. Es bello y cuidado. Todo negro o blanco con detalles en verde: cactus y viñas. Precioso. Llegamos a un pueblecito que se llama Yaiza y entramos a desayunar en un pequeño bar. Un pez en escabeche y una tortilla receta propia nos sentaron de maravilla. De allí al Timanfaya. De camino uno navega por un mar de piedras negras, con tremendas aristas y formas desgarradas: la viva imagen de la destrucción. Imaginar el volcán escupiendo lava a cientos y miles de metros de distancia acojona, realmente.

Fuimos dos días a Lanzarote, y en el segundo comimos en un restaurante que se llama El Risco. Desde su salón puede verse eso, un gran risco o ladera. Se disfruta tanto o más de la vista como de la comida, que nos dejó pasmados. En línea con el resto de la isla, El Risco había sido decorado por Jorge Manrique, todo en blanco y azul, muy marinero y muy moderno aunque no lo sea.

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Después de comer recorrimos la isla un poco más para ver la viñas entre las rocas volcánicas y un paraje plagado de volcanes y de lava petrificada que nos dejó boquiabiertos. Como siempre, a la vuelta, ver las fotos, revelarlas y disfrutarlas. Antes de salir mi amigo Gonzalo Arche me recomendó un libro para mejorar como fotógrafo, lo tengo como libro de cabecera porque me ha ayudado muchísimo. El autor es José María Mellado y habla de técnica y de consejos más que útiles. Todo un hallazgo. Usar correctamente la cámara me hacía disfrutar más de ella. Ya al hacer la foto tenía más claro cual iba a ser el resultado después de revelarla con Camara Raw y con Photoshop. Esos programas son mágicos, pero si haces la foto correctamente en cuanto a luz es más fácil usar su magia y el resultado es mejor, que duda cabe.

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Un día, paseando por un centro comercial cercano a la casa, descubrimos un restaurante de unos ingleses donde servían unas hamburguesas de nada menos que 300 gr y un sabor absolutamente increíble. Era un restaurante de surferos, donde continuamente ponían vídeos de surf y donde la decoración tenía todo el aspecto de un bar hawaiano. Fuimos dos veces, la segunda me comi un burrito cojonudo, mientras que mi mujer repitió con una ensalada que aún añora por las noches. Fue casi al final del viaje cuando hicimos el hallazgo, una pena porque hubiéramos ido más veces a cenar, sin duda.

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Los últimos días decidimos relajarnos un poco más en cuanto a movernos por la isla. Además, el viento fue más potente que de costumbre y nos impidió el baño tranquilo. Esa puede ser una de las pegas para los que no somos surferos, nos molesta el viento. El día que nos volvíamos tuvimos que madrugar mucho, casi tanto como cuando salimos de Madrid. Dejamos el Seat León en el parking con más de 3.000 km recorridos sobre una isla que tiene de punta a punta unos 120. Para entonces yo llevaba en mi ordenador unas 300 fotos de las que me siento orgulloso y comenzaba otra novela de un tal Enric Balasch, también de tintes policíacos. Particularmente tenía ya ganas de volver, porque cuando exploras el entorno como nosotros lo exploramos se tiene la sensación de haber estado mucho tiempo fuera de casa. Volvimos con un moreno de playa fantástico y con la sensación de haber aprovechado bien el tiempo. Decidí publicar una foto en Flickr en la que se ve las playas de Sotavento y que dan una idea de lo que es toda Fuerteventura, titulé hasta siempre no se muy bien porqué.

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